No puedo evitar cabrearme cuando veo un informe clínico de una persona a secas.
En las reuniones en el sociosanitario se conoce a los pacientes a partir de su informe clínico, informe social, informe psicológico, informe médico, informe de fisioterapia, barthel, enfermería…
De tal manera que cuando ingresa una persona y el equipo técnico se reúne, a este paciente se le conoce a partir de narraciones esparcidas en el tiempo.
¿Que tiene más verdad, lo que diga la persona sobre si o lo que otros hayan dicho sobre ella?
Sin prisas lo respondo; lo que otros hayan dicho sobre ella. Que si tiene depresión, hipertensión, familia desestructurada –imposibilidad de retorno a domicilio-, problemas de enolismo, fue operado de un tumor en la próstata…
Llega un momento en que como profesional o me insensibilizo, o me vuelvo crítico con los términos que se manejan en esta jerga burocrática, que por un lado es muy funcional, no debemos leerlo superficialmente.
Y yo me pregunto ¿Que es eso? ¿Adonde me quieren llevar? ¿Es ese -el informe- mi punto de partida para establecer objetivos «eficientes» para la persona?
¿Como voy a saber de la persona sin la persona?
Por eso las etiquetas me producen hastio, sobretodo aquellas que se instalan en diagnósticos sin margen de duda.Debemos dar espacio a la persona, y con eso quiero decir, que el profesional no mire por encima del hombro de la persona si no que trabaje CON la PERSONA y DESDE la PERSONA.
¿Somos programadores o personas que acompañan a otras personas en sus dificultades para que puedan empoderarse de los destinos de su propia vida?