No siempre es fácil encontrarse con personas que cuidan los espacios, que creen en lo que hacen y que además tienen detalles y una buena presentación gráfica de lo que proponen. Últimamente me veo en la necesidad de seleccionar aquellos acontecimientos a los que voy por dos razones, económicas y de tiempo.
El segundo encuentro de #BonaVesprada ha sido un nuevo acierto (consulta el primer encuentro aquí). Llegué al lugar, cansado, después de una semana de movimiento y con la tensión de la presentación de Una Obra. Siete espacios. Siente procesos de creación al día siguiente. Así que no venía demasiado relajado o concentrado.
En el centro de la sala había dos telas y alrededor de las telas varios cogines repartidos. Neritza Pinillos colocaba unos papeles con nombres japoneses, africanos e indios sobre la pared. La ronda de presentación consistía en presentarnos con un epíteto.
Después de la breve ronda de presentaciones llegó la maravillosa hora del te. Paralelamente nos mostraron unas cajitas maravillosas, obsequio de esta segunda sesión con tres tipos de infusiones:
Infusión digestiva del Japón
Infusión relajante de roibos (África)
Infusión energizante de la India
Enlace donde ver los ingredientes de cada te/infusión.
Seguimos con ese hilo que une la oralidad, la cultura, la escucha y la infancia tomándonos un te, y unas galletas, charlando, tranquilamente, en ese momento de pausa que tan bien sienta.
Me fui trasladando a otro lugar, en otro mundo, a través de tres narraciones maravillosas que realizaron Neritza Pinillos, Verónica González y Daniela Ruíz. Un cuento de Japón, un cuento sobre el origen del Baobab y otro cuento de Jose María Doria llamado «La suprema indiferencia».
Me sorprendió la calidez y calidad con la que contaron los cuentos. Estoy acostumbrado, por deformación profesional (estudié narración oral con la gran Numancia Rojas) a ser crítico con la narración oral y las personas que hacen de cuentacuentos. Especialmente cuando Numancia decía que las moralejas no debían ser contadas a los adultos, porque era un insulto a la inteligencia. Pero los cuentos que contaron fueron muy poéticos, muy sentidos y los contaron de manera viva.
Después de estar en el mundo de los cuentos (más que nunca puesto que estoy leyendo Psicoanálisis de los Cuentos de Hadas del gran Bruno Bettleheim) nos invitaron realizar la exploración creativa.
Quitaron las sábanas y los cojines, trajeron dos mesas forradas en papel blanco y nos propusieron llenar esas mesas, a partir de la escritura, con alguna palabra seleccionada. Poco a poco a las palabras se les unió la tiza, la tinta china negra, y un toque muy fresco, hierbas roiboos para pintar a modo de acuarela.
En ese instante el tiempo se evaporó, en la creación, dónde no existe el otro, pero si ese otro creativo que se contagia. Cada una de las cinco personas que asistimos estuvimos trabajando, ¿para qué? Por seguir ese hilo que invita a crear. La palabra que yo había elegido era «cementerio» porque me sorprendió pensar en destrozar las flores que una persona pudiera llevar a la tumba (como aparece en el cuento de La suprema indiferencia, y me remite también a la otra palabra que me vino a la cabeza Luna).
Siendo el segundo encuentro, puedo ver más claramente el recorrido y la orientación de la propuesta de #bonavesprada . Ofrecer un espacio de calidad y calidez, de pausa, escucha, sin artificios, con autencidad, para crear y tomar un te. Socializar a otro ritmo. Solo por eso vale mucho la pena.
Así que vuelvo a darle las gracias a las cocreadoras del proyecto.
Pueden consultar también el artículo de Verónica González sobre el segundo encuentro de #BonaVesprada.