Sucede, que de tanto en tanto, me sumerjo en alguna autobiografía. A veces es la casualidad la que me invita, y otras veces el interés por una autora o autor del cuál he leído un ensayo, artículo o entrevista.
No soy especialista en literatura, y tampoco considero que tenga un bajage cultural suficiente como para poder hacer una lectura crítica o profunda de aquello que leo.
Pero le doy valor a la opinión sobre lo que leo. Aquello que me toca y me traspasa, tiene alcance y da significado los hechos de mi propia vida, y a los escenarios culturales, sociales e históricos en los que vivo.
Por mis manos han pasado libros, que si ser autobiográficos, me han tocado, porque su afán no residía en objetivizar la realidad, si no en relatarla sin desdibujar su sujeto: Alexander Lowen en un claro ejemplo, como mediante su narrativa, explica la metodología de la bioenergética sin desaparecer, y creando desavenencias por el camino.
Por otro lado, existen autores como Victor Frankl, que en su libro «El hombre en busca del sentido«, relata con crudeza lo que le permitió sobrevivir al campo de exterminio nazi.
Un libro mucho más actual es el diario de Zatla, que me horrorizó sobremanera, describiendo el conflicto bélico de la guerra de Yugoslavia, y acercando a mi realidad española, la posibilidad de una guerra.
También ha pasado por mis manos, la autobiografía de Elisabeth-Kübler Ross «la rueda de la vida», libro que, en un determinado momento, entrelaza realidad y fantasía. Por supuesto, he visitado a Sigmund Freud, que mediante su propia vida, sus investigaciones, y su visión de los sujetos, relató de manera multidimensional, muchos de los pacientes con los que tuvo relación terapéutica. Acercando el lado humano y contradictorio del aparato psíquico, a la población general.
Entre estos libros ha aparecido un extraño, una biografía no autorizada de Truman Capote, que da cuenta, de la complejidad del ser humano y de los múltiples destinos fatales de la adicción.
Pero hoy quisiera centrarme, en dos libros que estoy leyendo de manera simultanea. El segundo de los cuáles es del neurólogo Oliver Sacks, «En movimiento«. Es interesante, porque no hubiera caído en su biografía, de no haber leído «el hombre que confundió a su mujer con un sombrero» . Un libro sobre relatos de pacientes, con distintas problemáticas neurológicas. Es un libro con mucho sentido en mi trayectoria, ya que he trabajado en centros sociosanitarios, también en residencias geriátricas y con personas con trastornos craneoencefálicos.
El otro libro que estoy leyendo, me lo recomendó un paciente de los pisos de reinserción de personas con problemas de adicciones y toxicomanías, Capacitats21, en los que trabajo actualmente. Se trata de una biografía de cinco tomos cuyo autor es Karl Ove.
Ambos libros los vinculo, porque rezuman autenticidad. Pero el de Karl Ove, dentro del tedio y la monotonía que a veces presenta, es completamente actual. Porque toca con firmeza la realidad de nuestro contexto, especialmente el occidental blanco. No parece censurar aquello que piensa, ni tampoco lo que no debe ser pensado, muestra sus miserias, pero no con la intención visceral de repartirlas y despreocuparse, si no que parece querer decir «Esto, que es muy poco, soy yo, y yo, no soy solo yo, si no que soy a la vez tu, y nosotros, y este deschecho es nuestro producto».
No ensalza la figura occidental del hombre blanco, con dinero, machista, atravesado por el cuestionamiento de su rol, si no que relata las miserias porque sabe que es prescindible, y que su grandeza no es literaria, ni es humana, puesto que «no es». Su grandeza, si es que la supone, sería en narrar aquello que vivió y vive.
Oliver Sacks afirma a lo largo de su autobiografía que su psicoanalista le salvó la vida. A Karl Ove le hizo comenzar a escribir, la muerte de su padre, en circunstancias muy complejas.
La escritura es una llave, que abre y cierra puertas. A veces puede ordenar, a veces subsumir, a veces deprimir y otras veces permite encontrar una salida. Los seres humanos, repetimos miles de veces la universalidad de nuestras emociones y circunstancias. Para cuando yo empecé a escribir, el mundo ya estaba en pie, y toda referencia a lo que para mí era novedoso, estaba escrita. De hecho, cualquier palabra que pueda poner en cualesquiera de los artículos de opinión de este blog, tengan o no referencia a mí o a los demás, en el fondo y en la superficie, no me pertenece. Nací en un mundo del lenguaje que no cree.
No se trata de no responsabilizarme de mis opiniones, si no de reconocer, que la originalidad desapareció en cuanto salí del vientre de mi madre.
El interés por las biografías, nace para poder explicarme a mi mismo. Conforme más leo, más cuenta me doy, que aquello que pienso no me pertenece. Mis palabras son ajenas, y dónde yo me he quedado, un acto que creía profundo, otros lo han ahondado y superado.
¿Cómo liga esto con arteterapia? He comentado en otras ocasiones, de la importancia que le doy a la escritura creativa, al acto de escribir y narrar desde la ficción. Llegado el caso, tengo la sensación que la autobiografía, no deja de ser una ficción, en un punto concreto de la persona. Es una ficción, puesto que es tanta la subjetividad y tan azarosos los recuerdos, que seguramente nada sucedió, pero es lo que la persona (re)significa, y autoexplica. En arteterapia se intenta que la persona, no caiga en una autoexplicación de quién es, si no que narre lo que es posible ser desde la ficción. Su poder personal, emerge dejando de lado su yo más cotidiano.
¿Que es lo que quiero ejemplificar? A algunas personas sencillamente, les es imposible dejar de escribir. Tengan o o tengan un don para la escritura, experiencia, criterio o inteligencia.
Ese gran motor, alejado de la represión y la censura, la autopista constante, es tremendamente difícil de activar y mantener cuando el deseo se ha camuflado, debajo de una capa de tristeza o angustia.
¿Cómo activó su motor cada una de las personas? Hay un cierto misterio, en la particularidad del deseo. Quisiéramos muchas veces poder generalizar procesos, actos, personas y grupos. Quisiéramos establecer pautas generales. Quisiéramos tener mucho más control de los demas, para no sentir la inseguridad de la incertidumbre. Pero el psiquismo es mucho más complejo, por lo menos si no se quiere caer en la tentación del único peso en el relato, que se le otorga al diagnóstico.
Cada persona decidió escribir y cada persona ordenó ese escrito, y a su vez lo compartió con un/a corrector/a, un editor/a… Le sucedió en carne propia el proceso de escribir, reescribir, recapitular, rechazar, borrar, romper, arrepentirse, perderse en el abismo…
A veces se piensa en la escritura como una actividad solitaria, y bien es cierto que requiere de un tiempo, pero, el libro no le pertenece al autor/a si no al mundo. Un libro, un relato, un cuento, es una elección de estar en el mundo, es una manera de decir «existo» y una manera de no perecer.
El texto de la importancia toca, atraviesa, aleja y acerca el fracaso, fluye y se atasca, y se relaciona conmigo y mi entorno.
También puede solidarizar la amargura y crea un mundo nuevo. Como Christian Andersen, cuya terrible infancia plasmó en un sinfín de cuentos y personajes. Y dijo de si mismo:
Soy como el agua, a la que todo agita, y en la que todo se refleja