Llevo unos días reflexionando sobre el proyecto de «viatge d’anada i tornada». Sobre aquel inicio que no fue tímido, si no de riesgo de cuatro personas que estaban realizando un postgrado y cuyos carácteres eran disonantes y a la vez complementarios.
Y el otro día encontré las fotos impresas que realizó Marta R. Peribañez de parte del proceso. Me preguntaba qué tenían esas fotografías que me llamaban tanto la atención. No tenían solo la experiencia si no la poética de compartir lo incierto.
Un grupo de 12 personas que se conocían entre si se lanzaron a las propuestas de creación y experimentación conjunta. Eran seis sesiones con una estructura simbólica ferrea, con trabajo de horas antes y después de cada sesión, reflexión y evaluaciones interminables. Queríamos que las personas pudieran sentir, pudieran jugar, pudieran compartir algo íntimo pero a la vez aceptable grupalmente.
Y ahí nació la pequeña maleta, la maleta que cada ser humano tiene y lleva, una maleta que no solo pesa, si no en la cuál pueden guardarse recuerdos, o una maleta a modo historia dónde sacar juguetes mágicos.
El inicio del Viatge d’anada i tornada estaba lleno de manos (ENLACE AL ARTICULO DONDE HAY MAS INFORMACIÓN), de pies, de corazones y de energía. No en vano, dos personas este año 2013 (ENLACE) de aquel mítico inicio se han agregado. Lo primero fue abrazarnos, sonreir y estrecharnos las manos reconociendo que aquella experiencia fue mágica.
En palabras de Rosalía «Todavía guardo el pasaporte donde hay las fotos de cada sesión. Fue una experiencia que me cambió la vida». Me añado a ese «cambio» porque fue, es y espero «será» una experiencia que promueve otra manera de relacionarnos en el mundo dónde la creatividad no es juzgada, el juego es permitido y la escucha de lo subjetivo un valor en alza.